Un dato interesante acerca de la incertidumbre es que, ese
suspenso interminable que nos transporta hasta el umbral de la gigantesca
puerta de la desesperación, es el mismo que origina nuestra persona al
desconfiar de alguien. La confianza es igual de frágil que esas vajillas que
guardan nuestras abuelas, cuando somos muy jóvenes para entender que son muy
destructivas nuestras manos de infante con ilusión de conocer todo aquello que
nos rodea. De todas maneras, no es la idea usar metáforas innecesarias para
explicar esto porque todos confiamos, todos fuimos defraudados, algunos quisimos ser
defraudados por ese incesante ultimo aliento de fe ciega en el cambio. Pero, lo
que es seguro, es que esa manera asoladora de perder la fe en las personas no
es la solución; dando paso a ese torbellino de inseguridad en nuestra vida,
cada minuto que transcurre en el reloj es un metro más cavado de nuestro propio
pozo hacia un sinfín de malas decisiones, cuando cada individuo es simplemente
eso, individual, único, plenamente singular en un mar de perlas que deslumbran
nuestra vista. El secreto es saber cual brilla con nuestra compañía y cual brilla
con distintos reflectores a su alrededor.