De manera repentina tu fragancia encierra mi fragata de
razón en una porción cruda de tierra firme. No hay ruta de escape si no es por tu
rechazo inhóspito de cualquier rasgo de humanidad o sensibilidad; arriesgándome
a soñar despierto, busco ese lado escaso de comprensión del cual me alejaste, del
cual hiciste cenizas el siquiera umbral de su puerta y elegiste fundir una larga
pared de frío metal entre ambos.
Lo fácil nunca tuvo lugar en mi vida, en la tuya o en la
de la maldita suerte que siempre nos esquivaba entre tantas almas errantes. La desgracia
fue un lenguaje nativo en una cultura fantasma que solo tenía dos habitantes, mi
razón para querer y tu interés de poca monta en algo que parecía que era tan importante
como un arcoíris en medio de un día nublado.
Siempre voy a recordar que elegí creer en que podía cumplirse
el deseo que me visitaba durante mi estúpido viaje de incoherente sensibilidad;
hacer que cada riesgo valiera la pena, con tal de no volver a abrir las viejas heridas,
pero como todos sabemos nada en esta vida se concede sin pedirte algo a cambio.
No tuve más que ofrecer todo mi mundo sin miedo a restringir, ni censurar ninguna
parte de mi ser, pero como todo lo bueno… se esfumó en una fantasía de engaño de
la mano del tan farsante y macabro autor del lienzo de nuestra vida; el tiempo.
Escribo esto en un gran intento de desestimar la autoridad
que tienen las grietas de mi corazón sobre el razonamiento de mi cabeza, no pretendo
ser perfecto al convertirme en un hombre de razón y abandonar la primitiva costumbre
de la estabilidad a base de sentimientos que nos orillan a la locura; pero si tan
solo una pizca de aquello me enfrentara a centímetros de lo que alguna vez fui,
sería un placer escupirle en la cara y pasar esas páginas para abrir un nuevo ciclo,
al fin y al cabo dicen que todo es aprendizaje, pero esta vez prefiero dejar el
pizarrón en blanco porque el despiadado reloj que me pisa los talones, ya no me
va a volver a meter en su bolsillo.