Juré durante toda mi adolescencia olvidarme de escribir sobre desamor, describía lo patético que sonaba llorar por un corazón roto y lo intrigante que era sentirse así por alguien que no merecía tal grado de atención. Cuando finalmente tuve la desdicha de pasar por ese suceso, comprendí que no es tanto lo que se escribe sino lo que ocurre en tu ser al plasmar tus sentimientos sin ningún tipo de filtro, mostrar tu realidad más allá de la figura que se muestra a tu alrededor, no pretender que agrade, sino que se entienda lo que nace de la pluma y que finaliza dentro del papel. Toda persona que se sienta invadida por el deseo de intentarlo, no se debe ni cruzar por su cabeza pensar en cuánto puede desagradar y cómo escribir para que se lea, sino en volcar lo que se encuentra confinado dentro de sus sentimientos para poder asesinar el pesar que corroe su persona. Es fácil ni siquiera intentarlo y subsistir con el miedo a fracasar, aborrecer la confianza que tenemos en nosotros mismos y lanzarla como una insignificante bola de papel hacia la basura; en cambio dar un salto de fe hacia nuestra capacidad de afrontar y convivir con el resultado de nuestro intento, es fácil amar y es difícil no amar por miedo a que no te amen, es fácil dar la mano y difícil cuando te la sueltan, es que de eso se trata todo, no hay emoción en la indecisión y la quietud.
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